En medio de la gran depresión de los años 30 del pasado siglo, John Maynard Keynes sorprendió a la comunidad de economistas académicos desafiando los principios de la economía clásica y dando comienzo a lo que se denominó la revolución Keynesiana. Mientras que el saber convencional analizaba la economía desde el lado de la oferta -a través de la Ley de Say, que indica que cada oferta genera su demanda-, Keynes argumenta que es la demanda agregada -el consumo y la inversión— la que determina el nivel de empleo de los recursos y, consecuentemente, la producción y la renta. En contra de la opinión de los economistas clásicos que confiaban en la tendencia del mercado a alcanzar, por sí mismo, el equilibrio con pleno empleo, Keynes descubre que dicho equilibrio puede darse con desempleo y aboga por políticas fiscales y monetarias activas que estimulen el consumo y la inversión, incurriendo incluso en déficit público, con el objetivo de incrementar la demanda y, con ello, aumentar el empleo y la renta. Inicialmente rechazadas por los economistas académicos, las controvertidas ideas de Keynes se convirtieron en una de las bases de la macroeconomía moderna y dominaron toda una era de la política económica, promoviendo la intervención activa del sector público en la economía, desde el final de la segunda guerra mundial hasta el final de los años 70, cuando sus propuestas fueron insuficientes para gestionar la nueva crisis económica de 1973. La Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero, escrita en 1936, expone sistemáticamente los elementos de su propuesta teórica, siendo así la obra más importante de uno de los economistas más influyentes del siglo XX.