Norby no es un robot aerodinámico, sino que se parece a un barril, es una parodia de una parodia; pero está dotado de una iniciativa y de una imaginación que roza la anarquía cuando se trata de actuar. Y yo diría que no sólo la roza. La practica con argucia y arrogancia, inspiración y doctrina, gravedad y candidez. Norby es, a su manera, el autorretrato más logrado entre los infinitos que hasta ahora nos ha propuesto Isaac Asimov. Evidentemente, las Tres leyes de la robótica caen ante el ataque despiadado de los seguidores de Ing contra Manhattan, contra Nueva York y, por fin, contra el mundo. Sólo este segundamano sabe cómo mover las piezas y las mueve.