las pobres desgraciadas son de todo el mundo. Son un juguete de usar y tirar. Mi madre no me quería. Me di cuenta enseguida. No es que me pegara ni nada de eso. Pero tampoco me trataba con cariño. Me repetía que yo era demasiado negra, enana y que tenía un pelo horrendo, no como el suyo, una mata larguísima que se peinaba en trencitas para ir a misa.