No es que esa mujer sea indiferente a la revolución y a la guerra que están quemando Europa, sino que está haciendo las suyas propias, echada en la cama, mirando, impasible, el movimiento de la rama de un árbol. Como si, en los años veinte del siglo XX, hubiese lanzado una flecha al futuro en cuya cola llevara un mensaje que el feminismo anglosajón tradujo medio siglo después como “Lo personal es político”