El azul entre el cielo y el agua

Una serie de documentos desclasificados años después revelaría la escalofriante precisión con la que Israel calculó la ingesta de calorías de un millón ochocientos mil palestinos en Gaza con el propósito de que pasaran hambre pero no murieran de inanición.

Todo parecía posible en aquellos instantes. Las incertidumbres y precariedades de la ancianidad, una enfermedad que remitía en el interior del cuerpo de una madre, padres y hermanos sin trabajo, un hijo que regresaba tras una vida entre barrotes, un bebé en un vientre soltero y el potencial de una niña —confinados por un océano y buques de guerra al oeste, vallas electrificadas y francotiradores al este, y formidables ejércitos en los extremos norte y sur— podían ser redimidos.

¿No es el término negro una categoría basada en la pigmentación que inventaron los esclavistas blancos para reducir a los habitantes y a las diversas culturas de nuestro continente?

Nur lloró, con la totalidad de su ser desgajado en tres partes: un zapato viejo, una carta arrugada y una falta en la menstruación.

—Alá nunca nos provee de más desesperación de la que somos capaces de manejar —dijo.

—Ah. Eso, sí. Mi mujer no tolera esta tendencia mía a la dejadez. Cuando me viste, ella estaba en Canadá visitando a su familia y yo llevaba un mes solo.
La palabra «mujer» ocupó lentamente el espacio que Nur había labrado a base de palabras, cartas y añoranzas.

Cambió al ritmo de sus necesidades y se convirtió en un todo compuesto de instinto maternal, hermandad, femineidad, camaradería en la batalla diaria, el activismo político, la orientación, la amistad.

«Parece que mis demás hijos van a estar muy contentos en las semanas próximas, porque sé que el resto de vosotras querrán quedarse embarazadas también». Alwan le imploró a su madre que dejase de hablar así.

De este modo nací yo. El 27 de diciembre de 1998, tres semanas antes de la siguiente visita que la abuela tenía programado hacerle a Khalo Mazen.

—Lo entenderé si quieres tomar otra esposa, amor mío. Solo te pido que no te divorcies de mí —le dijo a su marido cinco años después de la boda.
—En la vida solo obtenemos lo que Alá desea para nosotros, habibti. Así que dejemos esto en Sus manos por el momento —dijo Abdel Qader.