Volvamos a altamar. Ligera como una pompa, espuma de mar salada, más rápida que el pensamiento, más ágil que el sueño, abandono la playa de mi infancia y las oscuras memorias de mi antigua vida. Similar a un ave marina, indolentemente acunada entre dos olas, observo la extensión del agua, hasta donde alcanza la vista, hincharse y distenderse como el vientre de una mujer con el crecimiento de su fruto. Toda una masa profunda y espesa fermenta y trabaja por debajo, mientras la ola se forma en la superficie, un pliegue apenas, y una muralla de agua asciende, se eleva, alcanza su apogeo muy alto y luego se encabrita, muge, revienta, se lanza contra la playa y se reduce a una línea de espuma nevosa sobre la arena gris de Griffin Creek.