Un poema de John Donne, leído muchos años antes, cobraba sentido: «No habrá ni nubes ni sol, ni oscuridad ni deslumbre, sino una sola luz. Ni ruido ni silencio, sino una sola música. Ni miedos ni esperanzas, sino una sola posesión. Ni enemigos ni amigos, sino una sola comunión. Ni principio ni fin, sino una sola eternidad.»