Simon escondió la cara entre las manos y empezó a apretarse la frente con los dedos. Le dolía la cabeza. Y Daphne…, Dios, no dejaba de acercarse más y más. Daphne levantó la mano y le acarició el hombro, la mejilla. Simon no lo resistiría. No iba a resistirlo.
—Simon —le imploró—, sálvame.
Y allí estuvo perdido.