Edwin, jadeando de placer, tendido sobre sábanas blancas. El rostro, los labios en una “O” obscena, la línea atormentada y hermosa del rostro, como un santo torturado. Al verlo así, se sintió reverente. En ese momento, comprendió por qué Edwin podía tener miedo de eso, de sacarlo a la luz y compartirlo con alguien más, y deseó que no se arrepintiera de la decisión ni por un segundo.