A los ojos de un soberbio, la vanidad no sólo es una despreciable concesión a los inferiores, sino un autoengaño, pues como dijo Nietzsche, campeón universal de la soberbia filosófica, «los vanidosos buscan despertar acerca de sí mismos una buena opinión que ellos no tienen de sí, y por tanto, tampoco merecen».