Alguien que ve llover desde el piso cuarenta de un edificio de oficinas en Tokio, enfermeras con el rostro de la musa de Homero, países habitados por payasos tristes; traficantes, tarotistas, meteorólogos, paisajes de lagos y de torres con mimos de fondo con ganas de orinar; gente que conduce sus automóviles por pueblos fantasma: todo ello desfila por este libro gravitando entre la afasia y el monólogo interminable, entre el diálogo con fantasmas y las visiones con un ritmo de fiebre y de delirio. Con la urgencia de la búsqueda de una realidad que también comprenda la urgencia de la imaginación.