Mi madre, Nana y yo éramos los únicos negros en la iglesia de las Primeras Asambleas de Dios; mi madre no conocía otra mejor. Pensaba que el Dios de Estados Unidos tenía que ser el mismo que el Dios de Ghana, que era imposible que el Jehová de la Iglesia blanca fuera distinto del de la Iglesia negra. El día que vio el cartel fuera de la iglesia que preguntaba «¿TE SIENTES PERDIDO?», el día que entró en el templo por primera vez, empezó a perder a sus hijos, que descubrirían mucho antes que ella que no todas las iglesias de Estados Unidos habían sido creadas iguales, ni en la teoría ni en la práctica.