Estaba en una ciudad en ruinas. Las cenizas y el polvo nublaban el cielo rojo. Una sombra eclipsaba la luz del sol.
Una voluta de humo negro invocaba a Anton, lo llamaba para que recorriera un camino erosionado y atravesara columnas derrumbadas y arcos colapsados.
«Anton… Anton… Profeta».
El humo lo llevó al corazón de la ciudad en ruinas. A la torre caída: los escombros, el esqueleto de la estructura y el único muro en pie como un gran monolito.
Cuatro espirales de humo salían de cada muro y se unían en el centro, como los puntos de una brújula.
Un zumbido que impregnaba el aire creció hasta convertirse en una voz que crepitaba como las llamas.
«La última parte por fin se revela».
En la torre caída había un cadáver, desfigurado entre las piedras desmoronadas. El humo lo envolvía. El cuerpo comenzó a agrietarse, como una estatua de piedra rota. Luz blanca brotó de las fisuras.
«En visiones de Gracias y de fuego».
El humo ascendió y cobró forma en el cielo sangrante.
Anton miró hacia arriba.
Dos ojos brillantes, ardientes. Párpados de humo negro y ondulante.
«Que vencerán la era oscura».
Los ojos lo miraron y lo atravesaron. No podía moverse, no podía pensar, no podía ver nada más que esos ojos. Ojos de llama fría.
«O destruirán el mundo por completo».
Se encontraba en un precipicio, con vistas a una ciudad que nunca antes había visto, una ciudad de exuberantes palmeras verdes y aguas turquesas escondida en el abrazo de las dunas. Una inmensa puerta tallada en la roca roja se alzaba en las afueras. Un estruendo partió el aire, y de repente la puerta se derrumbó. La ciudad entera comenzó a temblar, mientras las arenas movedizas la tragaban.
Otra ciudad se levantó en su lugar. La reconoció por las dos grandes estatuas que flanqueaban su puerto. Tarsépolis. Llovieron luz y fuego, y la ciudad se convirtió en un infierno.
De las cenizas, se levantó Palas Athos. Anton estaba en el nivel más alto, en los escalones del Templo de Palas, observando cómo una ola de sangre inundaba la ciudad y teñía de rojo las calles y edificios que solían ser blancos.
Una por una, cayeron las Seis Ciudades Proféticas.
Regresó a la torre donde había comenzado. Solo que