La avaricia es la condena de este continente, reflexionó Daniel, y calculó que aún faltarían unas seis horas para llegar a su destino. Solo cambiaban los tesoros y las caras de quienes los buscaban. Primero fue El Dorado; cuatro siglos más tarde, una yanqui ictícola andaba tras la leyenda de unos peces carroñeros