Estos asentamientos urbanos cumplirían el papel de capitales de las nuevas demarcaciones administrativas, pero solían construirse además otras en cada una de las divisiones provinciales. Así ocurrió en la provincia de Huaylas, donde hubo, al menos, dos centros o cabeceras provinciales situadas en las dos mitades de la provincia inca. Unas y otras solían incluir un templo solar —que representaba la nueva religión estatal—, con un acllahuasi o “casa de la escogidas”, jóvenes vírgenes encargadas del culto solar, almacenes estatales (colcas) circulares o rectangulares —en donde se almacenaba maíz, papas, quinua y charqui para su posterior suministro—, y edificios con muros de piedra o adobes para desempeñar funciones específicas. Algunos de ellos, como las colcas, eran custodiados por el ejército y se hallaban bajo la administración de especialistas quipucamayos. Este aprovisionamiento permitía el ordenado flujo de bienes y hombres a través de la red de caminos y ciudades por todo el territorio del imperio.
Los centros provinciales dependían administrativamente del principal centro inca de cada región del imperio. El centro más perfecto de todos fue la capital del Chinchaysuyo: Huánuco Pampa, un “otro Cuzco” que administraba alrededor de 300 000 tributarios. Otros centros incaicos de la misma jerarquía fueron Quito, Tumipampa, Hatunqolla, Charcas e Incahuasi.
Dentro de la ciudad Huánuco-Pampa la plaza central con su pirámide o ushnu al centro era usada para resolver rivalidades étnicas y políticas, así como para representar ritualmente los vínculos del imperio con la provincia. En la ciudad vivían de manera permanente sólo los administradores incas, algunos mitimaes, probablemente algunos funcionarios y ciertos miembros de las élites locales y los especialistas del culto solar, entre ellos las acllas que tejían y preparaban alimentos y bebidas