Leonidas Parnassus miró por la ventanilla de su avión privado. Acababan de aterrizar en el aeropuerto de Atenas. Para su consternación, sentía una incómoda sensación en el pecho. No tenía ningún deseo de moverse de su asiento, a pesar de que las azafatas estaban preparándose para abrir la puerta y él odiaba estarse quieto