¿Qué significado cabe encontrar hoy en las distopías, cuando las pesadillas del siglo XX parecen haberse materializado entre nosotros? Es poco lo que dicen chapucerías tecnófobas y humanistas como Black Mirror, y por suerte no es ese el camino que eligió Flor Canosa en Pulpa, su primera novela de ciencia ficción. Flor prefirió escarbar en el corazón oscuro del género y sacar a la luz los horrores del cuerpo y el estado, o, mejor, el terror del estado que ha colonizado los cuerpos y su dolor, sus secreciones, sus emociones. Todo sin miedos, sin resabios, sin atavismos de un sujeto ya perimido, porque Pulpa es una novela viva, vibrante y jugosa, atravesada por nervios, vísceras y temblores, por orgasmos: porno o postporno duro, en la mejor tradición de J.G.Ballard y David Cronenberg. Electrodos y squirt, los suburbios en ruinas de la red y una mesa de autopsias. Quienes ya leyeron Lolas y Bolas encontrarán un nuevo registro para su autora, pero Pulpa comparte con las novelas que la precedieron el vértigo de una narración overdrive y una capacidad asombrosa para delinear mundos –interiores, exteriores— con pocas palabras. Y el mundo que despliegan estas páginas nos interpela: inaugura la gran autopsia del presente y traza sus cartografías terminales, habla de lo que nos espera a la vuelta de la esquina con un logradísimo equilibrio entre extrañeza y familiaridad. El libro llega a su fin, pasamos la última página, creemos cerrarlo pero de pronto entendemos que ese mundo de horrores está en realidad allí afuera, cada vez más claro, cada vez más cerca.