Ella se acerca. La huelo a varios metros, o bien siempre estoy allí, calculando los pasos que nos separan. Comienza el cosquilleo cuando pisa mi calle y vamos contando centímetros y tratando de calmar la respiración. Intentando sosegar la vibración para que no sea visible a los peatones que, sin embargo, sé que la miran, sé que la miran porque libera ese aroma de perra en celo, imantada por mi pija magnética, la pija que la guió desde el momento en que clavé mis dedos en sus muñecas, le trabé la nuca con el antebrazo y la hice gozar como la puta dominada que siempre quiso ser