El poder de estos imaginarios capaces de alimentar el entusiasmo y de neutralizar una movilización o de azuzarla es algo creciente, y su dominio tan fascinante como inquietante. No solo por su poder identitario, sino por su poder inmersivo. En algún momento podremos afirmar que lo hicimos, que estuvimos..., porque podremos triunfar, hacer, fracasar en la superficie virtual con un grado confuso de complemento o apropiación total de la vida real. Porque si los tiempos son dedicados mayoritariamente a esa ficción y el resto a dormir, donde los sueños inevitablemente tratan sobre lo vivido, ¿dónde queda la vida y dónde termina lo interpretado?, ¿alguien podría decir que eso no es vida si se convierte en la «única vida»?