Requiere, decíamos, muchas virtudes para poderse realizar bien, como el coraje de no engañarnos, como la percepción de lo que es relevante, como la coherencia con otras cosas que creemos y que sentimos. Por eso, probablemente no pensamos bien cuando alguna de esas virtudes nos falla: no pensamos bien cuando nos engañamos (¡y qué difícil es no hacerlo cuando tenemos intereses o miedos que nos impulsan a hacerlo!) ni pensamos bien cuando, sencillamente, no vemos qué es lo importante de algo (que alguien se dolió de nuestra actitud o que lo que importa es tal cosa y no tal otra en algún asunto en el que estemos metidos) ni tampoco, parece, pensamos bien cuando ante un mismo tipo de circunstancias relevantes (¡y saber definir como similares cosas y contextos aparentemente diversos requiere una percepción no pequeña!) nos comportamos de maneras diversas e incoherentes, damos bandazos.