Pero una vez más, mientras se abría camino entre las ramas, el viajero perdió a su amigo. Lo llamó una y otra vez, pero no obtuvo respuesta y, cuando salió del bosque y contempló cómo un sol apacible descendía en la luz purpúrea del crepúsculo, encontró a un anciano sentado sobre un tronco caído. Y le preguntó:
–¿Qué hace aquí?
Y el anciano dijo, sonriendo plácidamente:
–Siempre estoy sumido en mis recuerdos. ¡Ven y recuerda conmigo!
Así que el viajero se sentó al lado del anciano, frente al sereno anochecer; y todos sus amigos regresaron en silencio y se acercaron a él. El hermoso niño, el hermoso muchacho, el joven enamorado, el padre, la madre y los hijos: todos estaban allí, y él no había perdido nada. Y los quería a todos, y se mostró amable y paciente con ellos, y disfrutó contemplándolos; y todos le respetaron y amaron. Y pienso que el viajero debes ser tú, querido abuelo, porque eso es lo que haces con nosotros y lo que nosotros hacemos contigo