Sergio habla de “la tragedia de la supervivencia”, de enfrentar lo que viene como la “amenaza del desamparo extremo”. Nos habla de la realidad y de lo que está oculto por debajo de ella, la infra-realidad, la poética y la política, en este país convertido en “zona de sombras”.
Sergio fue un periodista sobreviviente, como tantos otros y otras ahora. Y pienso que los tres periodistas asesinados en marzo, con el bombazo del crimen de Miroslava, pusieron a prueba el corazón de Sergio –que lo tenía fuerte, muy ejercitado y en forma para los afectos, la emoción y la amistad- con pequeños estallidos durante los tres o cuatro días antes de la explosión final.
Hace muchos años yo leía la sección “Numeralia” de la revista Nexos que firmaba aquel Sergio que yo no conocía, y lo imaginaba como un obsesivo explorador en busca de datos que coleccionaba como un buen detective. Algunos de aquellos datos llegaron a tener nombres propios y Sergio empezó a correr el riesgo de nombrarlos. Eran “los pillos” como él los llamaba. Ya desde entonces, el siglo pasado, a través de los datos de Numeralia, empezaba a entrar en el país la mala condición del mundo por la ventana que nos abría Sergio, el coleccionista y detective.
No conozco bien al Sergio de la “ficción”. Conozco al del ensayo, al del periodismo narrativo de investigación, al de lo que empezaba a llamarse “no ficción” en una traducción literal del anglosajón. Y sin su trilogía “Huesos- de un hombre sin cabeza-en un campo de guerra”, no se podría entender algo esencial de este país partido por la mitad, partido en dos, en múltiples esquirlas, descuartizado en dos extremidades extremas que acaban siendo la vida y la muerte, pero no la división entre buenos y malos, que no se la cree ni consuela a nadie.