Escribí esta novela de amor y lucha contra el miedo a finales del siglo pasado; han transcurrido más de diez años, por tanto, en el momento en el que elaboro estas líneas. Al sentarme a revisar el texto antes de su publicación en Evohé, me he sorprendido doblemente. En primer lugar, sigo de acuerdo con lo escrito, en lo esencial; pero, además, la historia mantiene una extraña vigencia que no le reconozco a la mayoría de noticias escritas hace unas horas. A pesar de los vaivenes y de la prisa con la que el cambio acumulado muda la realidad que conocemos, ahí sigue La última maravilla de Alicia, dándome la impresión de que me voy a manchar con sus palabras, como si estuviesen recién escritas. Quizá es el único mérito que le reconozco; y ni siquiera estoy seguro de que tal condición pase de lo sorprendente. Que esta novela resulte vigente para usted, lector, ya es asunto suyo y de su lectura: cómo voy a inmiscuirme yo ahí. Los libros, una vez publicados, dejan de pertenecer a quienes los hicieron, si es que alguna vez se pudo hablar de pertenencia. Si le soy sincero, yo escribo con la actitud del que está leyendo, y viceversa. Y disfrute, o abandone la lectura: un libro es muchas cosas, pero ante todo, ha de ser gozo. Como si nunca hubiésemos dejado de jugar con Alicia y con Lewis Carroll.
Manuel Valera