Nilda Patricia Velasco de Zedillo, la simple idea de ser esposa de un candidato a la presidencia de la República le provocó enojo y miedo. Así que, a diferencia de sus antecesoras, que habían hecho pública (aunque muchas veces no fuera cierta) su alegría cuando su marido había sido elegido y llegado al cargo más alto, ella se mostró tensa y molesta, como si hubiera hecho suya aquella frase de Martha Washington: “Soy más un prisionero de Estado que otra cosa”. Ello se debía, por una parte, al momento histórico tan difícil en el que esto había sucedido y, por otra, a su timidez natural y su inexperiencia en el trato con la opinión pública. Los medios de comunicación, copiando el estilo norteamericano que se ponía de moda, empezaron a perseguirla queriendo saber todo de su vida privada. La señora Nilda les respondió con candor. En una reunión con un grupo de mujeres periodistas defendió el rol de la mujer como madre y reivindicó el trabajo doméstico: “Creo que las mujeres deberían darse la oportunidad de atender a sus hijos. Muchas trabajan sólo para gastar el dinero que ganan en medias y combis. Nunca están en su casa y cuando llegan, pues no hay comida y entonces se llevan a los niños a comer a McDonald’s”.
Inmediatamente las feministas la acusaron de no tomar en cuenta
las vidas increíblemente difíciles de las mujeres pobres, marginadas y sin alternativas que necesitan salir a trabajar: su desconocimiento de la situación de las mujeres trabajadoras le hizo polarizar entre las buenas madres que atienden a la familia y las malas que por trabajar la desatienden […]. Atender a la familia no es la opción moralmente más alta, pero además de eso, las mujeres en su mayoría, ni siquiera pueden elegir su opción.91