Había poca gente. Atravesé el local y me dirigí a un camarero en busca de informes esenciales:
—Tenga usted la bondad, ¿desde qué mesa se oye mejor la orquesta?
—Desde aquella del extremo derecho, caballero.
—Bien. Muchas gracias.
Y fui a sentarme, naturalmente, en una mesa del extremo izquierdo; porque yo soy capaz de acudir a un concierto a tomar café, pero soy incapaz de meterme en un café a oír un concierto