Soy aquella mujer:
“—Yo no me divierto.
—¿Nunca?
—Nunca.
—Estupendo. Hoy lo harás. A mi lado sabrás lo que es eso —metió la mano en el bolsillo—. Me quedan trescientos dólares. Cuando los haya terminado —hizo un gesto significativo— se acabó.
—¿Es usted de aquí?
—No me trates de usted. Me ofendes —se la quedó mirando sardónico—. ¿Cuántos años tienes?
—Dieciocho.
—Dios de los cielos, con dieciocho años te vas tranquilamente a tu casa…
—Oiga…, que yo soy una mujer decente.
—Eso no me interesa en absoluto —rio él, con la mayor indiferencia—. Yo no soy un tipo decente. Dicen mis padres que soy una calamidad. ¿Quieres que te enseñe todos los lugares divertidos de Las Vegas?
—Gracias, pero… me voy a casa.
—No te lo permitiré.
Era alto y musculoso. Un poco enjuto el rostro. No resultaba guapo, pero sí muy viril.”