Mudar de piel

Con qué ideales nos quedamos tras el despojo de los antiguos? Juzgado en esos términos, el transcurso del tiempo es aterrador: a medida que reduce nuestro equipaje, nos aleja de nosotros mismos. Una pésima enseñanza para los hijos, que debieran conocer el esplendor de sus padres, no sus derrotas. Los hijos merecen creer que las ilusiones no se consumen, que aquello que somos, sea lo que sea, es un valor seguro con el que no regateamos a medida que nuestro brío mengua.

Quienes han sufrido un trauma en la infancia tienden a construir muros para protegerse. Nosotros no habíamos sido distintos. Tras la muerte de nuestra madre, nos habíamos aferrado el uno al otro con el afán inútil de que nada se alterara. Pero hasta los muros más altos terminan por caer.

Luego, mientras me dejaba invadir por la confortable certeza de haber llegado a casa, pensé durante unos segundos en los cuerpos de desconocidas que todavía abrazaría y, pese a ello, tuve la extraña sensación de ser feliz.

Yo sé que tengo la vida que he querido, pero hay una parte de mí que no se reconoce en ella. Y me da miedo.

Así es el matrimonio, al menos el nuestro: una conversación permanentemente interrumpida en la que creemos compartidas convicciones que a menudo tan solo son propias.

Una pésima enseñanza para los hijos, que debieran conocer el esplendor de sus padres, no sus derrotas. Los hijos merecen creer que las ilusiones no se consumen, que aquello que somos, sea lo que sea, es un valor seguro con el que no regateamos a medida que nuestro brío mengua.