«Somos extranjeros en este mundo; el cuerpo es la tumba del alma y, sin embargo, no debemos intentar escaparnos por el suicidio; porque somos rebaños de Dios, que es nuestro pastor, y sin su mandato no tenemos derecho a desaparecer. En esta vida hay tres clases de hombres, lo mismo que hay tres clases de personas que van a los juegos olímpicos. La más baja es la que va a comprar y vender, la segunda a tomar parte en las competencias. Pero los mejores son los que solamente van a contemplar el espectáculo. La más grande purificación es, por lo tanto, la ciencia desinteresada, y el hombre que se dedica a ella, el verdadero filósofo, se libra más eficazmente de la rueda del nacimiento».