Si pudieras oírme, te diría que lloraras. Porque eso que llevas dentro no es miedo ni enfado ni rabia. Es una tristeza que no reconoces como tuya y contra la que no te quedan fuerzas para rebelarte.
Recuerdo lo que te decía cuando eras pequeña, lo recuerdo y me arrepiento de ello todos los segundos que ya no puedo contar. No llores, las niñas buenas no lloran. Eso me decía a mí mi madre, tu abuela —que en paz descanse—, y yo os lo repetí a vosotras porque creí que os haría fuertes. Pero hay valentía en la vulnerabilidad. Nuestra casa se está quemando y tú estás paralizada delante de ella, tan inexpresiva como una muñeca de porcelana.