Entre 1980 y 2008 los ingresos del 90% de los estadounidenses crecieron un mísero 1%, mientras que los de los grandes multimillonarios (el 0,01% de la población) crecían un 403%. Una sociedad descompensada en la parte superior de la pirámide puede parecer un paraíso de la movilidad ascendente, pero en realidad se parece más a un cementerio de sueños rotos para todos excepto para unos pocos afortunados. Las grandes fortunas del capitalista filantrópico Bill Gates, los infames hermanos Koch o el barón de la equidad privada Stephen Schwarzman son presentadas como pruebas de una meritocracia, pero más bien parecen el resultado de un sistema legal y económico diseñado para ello. Un sistema que amenaza seriamente nuestra calidad de vida y, en definitiva, el funcionamiento mismo del estado de derecho.
En esta divertida acusación, McQuaig y Brooks desafían la idea de que la desigualdad de ingresos de hoy es el resultado del mérito, revelan cómo los multimillonarios han secuestrado el sistema económico global con consecuencias desastrosas para el resto de la sociedad, y exponen un atrevido rechazo a la cobarde mezcla de roturas fiscales para el rico y austeridad para el resto de la sociedad.