Este es un libro extraño, porque el autor es quien menos habla en él: se trata de una colección de argumentos de autoridad y de ejemplos de conducta, con los que se quiere demostrar que la libertad cristiana y la crítica contra el oscurantismo eclesial ha sido un hecho en la historia del pensamiento teológico, y que ese hecho no puede ser enterrado ahora que soplan vientos involucionistas. El autor comprende que los textos que siguen pueden irritar a algunos. Por ello, las voces a las que se ha dejado hablar son casi todas de santos, de eclesiásticos o, al menos, de personas de eclesialidad muy probada. Y es que hoy más que nunca conviene que quienes, con susto pero con frecuencia, piensan cosas como éstas sepan que también los santos las dijeron. No son pocos los que creen que Dios sigue llamando a su Iglesia a una reforma seria, y que los responsables últimos de la Iglesia harían mal en cerrarse a dicha reforma alegando que la Iglesia es santa y, por tanto, intocable. Pero, junto a ellos, el autor quiere añadir que esa reforma, antes que sobre la confrontación y la agresividad, debe edificarse por la fuerza única de la palabra y de la dosis de verdad que toda palabra contiene y que nunca es plena para ninguna palabra.