Una vez, cuando Matthew tenía la edad de Orlando, cogí el tren con él para ir a visitar a mi abuela en Salisbury y, sin pensarlo demasiado, lo cambié en el vagón. Solo había otra persona en el compartimento, un hombre bastante joven, y sin decirle nada me limité a hacer mi tarea. Y Matthew se había ensuciado el pañal y el hombre se levantó de un brinco y me dijo que era repugnante y yo una desconsiderada y que había pagado su dinero para subir al tren y que si hubiera querido viajar en un lavabo ya se habría sentado allí directamente y salió dando un portazo. Recuerdo que me puse muy colorada, porque comprendí que lo que había hecho no estaba bien, pero era incapaz de disculparme después de su estallido, y luego el hombre volvió porque se había dejado el paraguas y yo no sabía qué hacer con las manos y le clavé un imperdible en la barriga al pobre Matthew.