el malestar estético que provocaba la Fuente (¿es Arte o no lo es?) se reproduce aquí como malestar político (¿es fascista o es comunista?, ¿es revolucionario o es reaccionario?). En semejante estado de ambigüedad (o sea, de malestar), sólo queda la confrontación, el antagonismo puro que se ha vaciado de todo contenido discursivo. Cuando el Estado se convierte en el Partido, es decir, en la casa de los amigos en donde todos somos de los nuestros, quienes se quedan fuera son los ciudadanos, los que no son de otro partido sino de ninguno. Ellos, los inauténticos, son ahora los únicos enemigos.