Ciertamente, el educador puede (y debe) multiplicar las ocasiones que propicien el surgimiento de esos «momentos» fecundos, ricos, en los cuales se producen reestructuraciones del psiquismo, pero no puede, en ningún caso, pretender provocarlos y mucho menos «controlarlos», pues aunque el desarrollo tenga una esencia social, no deja de ser por ello un asunto de «historia personal».