Así lo creíamos, pero eventualmente, sin darnos cuenta, la mayoría de nosotros
llevamos a nuestra nueva vida, una imágen vieja y muerta. Nos propusimos
una meta altísima de esfuerzo propio y al no poder superarla, nos convencimos
que venía de Dios. Leíamos su Palabra a través de nuestros filtros de
vergüenza y nos sentimos caer cada vez más bajo. Comenzamos a atacarnos
el uno al otro juzgando, comparando, fingiendo y dividiéndonos. Algunos
de nosotros nos retiramos de la escena tornándonos cínicos, sospechosos,
desprovistos de esperanza. Todos necesitamos la cura: nuestro matrimonio,
nuestra iglesia, nuestra familia, los amigos, el mercado, nuestra cultura.
Pero la sanidad de Dios raramente viene en la forma que la esperábamos, y
nos preguntamos:
Y qué si Dios no es quien pensamos que es… ni tampoco nosotros?