Ayúdame —dijo apenas, hablando como los que van a morir—. Más que nada en el mundo, quiero volar…
—Ven entonces —dijo Juan—. Subamos, dejemos atrás la tierra y empecemos.
—No me entiendes. Mi ala. No puedo mover mi ala.
—Esteban Gaviota, tienes la libertad de ser tú mismo, tu verdadero ser, aquí y ahora, y no hay nada que te lo pueda impedir. Es la Ley de la Gran Gaviota, la Ley que Es.