tan ligeros que apenas se distinguían entre la infinidad de ruidos del bosque otoñal: el susurro de las hojas que se dispersaban bajo el viento del noroeste; el distante agitar de alas de los gansos que volaban hacia el sur; el eco de los sonidos de la aldea, allá lejos, a los pies de la montaña. Aun así, Isamu escuchó las pisadas y las reconoció. Colocó