Todas las teorías occidentales de la legitimidad tienen un defecto: no conocen las aguas del origen. «¿Quién te ha hecho rey?», pregunta Aldeberto, conde de Périgord, antepasado de Charles-Maurice de Talleyrand, a Hugo Capeto, rey de la Ile-de-France, el primero de los reyes de Francia. Pero Capeto no puede contestar: «Vengo del Dsivoa, del estanque de los orígenes, he salido de una de esas burbujas de agua que se forman espontáneamente en su superficie.» Sin esas aguas, todos son usurpadores. Y los primeros usurpadores pueden recurrir entonces a un único aliado: el tiempo. Cuando una soberanía lleva un cierto tiempo subsistiendo se supone que la crudeza con que ha afirmado su fuerza ya se ha rodeado y cubierto de la douceur de una costumbre, de una aceptación prolongada, en suma, de una tradición. Así que la tradición ya no servirá para reivindicar el origen, sino para ocultarlo.