Historias dentro de historias al más puro estilo de las muñequitas rusas. Decenas de personajes, ambientes y mundos inverosímiles que aun así chocan entre sí.
Parecería que no hay cohesión en estos relatos -yo misma me tardé mucho en leerlo e intentar penetrar la prosa era como darse de topes con un muro de cemento- pero es cierto que Oyeyemi sabe narrar. Crea frases prodigiosas. Escenas encapsuladas. Mundos atisbados por la cerradura de una llave. Todos sus personajes tienen nombres maravillosos.
Pero fue frustrante y tedioso atravesar los cuentos, rendirse a un ritmo incesante que no te da pausas para procesar (y entender) nada. No conecté con mucho puesto que aquí el estilo le gana a todo lo demás: sí, fresco, weird, mágico, surrealista, pero cuando empiezas a leer por encimita y no te importa qué pase, y ya ni te acuerdas quién es quién y solo te importa acabar, ahí hay un problema.
Intentaré leer sus novelas, presiento que Oyeyemi fluye mejor en un formato largo.