¿Hacia dónde nos puede llevar la marea del discurso cuando se trata de convencer, interpelar, o manipular los afectos y las convicciones? ¿Qué pasa con las ideas y nuestros programas al verse interpelados por una voz que nos seduce y nos envuelve en pos de un objetivo glorioso?
La ley de la calle recrea el monólogo de una política de primer fuste que, entre mitos y verdades, despliega su autobiografía en el contexto de una escena entre antagonistas. Se trata de un discurso hecho de retazos, una voz que paladea el tiempo y se proyecta entre generaciones, que construye y reconstruye su propia versión, borrando las fronteras entre la ficción y la historia. Lo que surge del encuentro entre rivales es la emoción de una confesión fantasmagórica que busca acercar posiciones a ciegas.
Ángela Lagreca organiza un texto donde lo verdadero y lo falso dejan de tener valor, mientras crece un verosímil poderoso que se vuelve más convincente por sus fallas y sus pasos de comedia. Lo que crece son los ecos de una realidad alterada pero igualmente atractiva, que se replica o no en nuestro mundo, o en otro donde la ficción prevalece ante la realidad.