En aquellos primeros días de amor, se besaron tanto que a Mashenka se le hincharon los labios, y en su cuello, tan cálido bajo el lazo atado al pelo, ostentaba tiernas marcas de vampiro. Mashenka era una muchacha pasmosamente alegre, que reía de pura alegría, y jamás en burla. Le gustaban los juegos de palabras, las frases de doble sentido, los chistes y los versos. Las canciones se le quedaban grabadas en la cabeza durante uno o dos días, y luego las olvidaba, tan pronto eran sustituidas por otras.