Mi rechazo al compromiso no me impedía morder el fruto pecaminoso de la lujuria, pero el sabor de los hombres que conocía no podía saciar mi apetito. En muchos de ellos creí atisbar a mi amante imaginario, pero tendría que pasar mucho tiempo hasta encontrar a un hombre que me excitara realmente y me aceptara como la mujer voluptuosamente fogosa que soy.
Reconozco que soy esclava de mis pasiones, un poco rebelde, como me recordaban mi desgraciada tía y la horrible vigilante del orfanato donde estuve una breve temporada. Soy enteramente consciente de mi sensualidad y no me avergüenza admitir que prefiero las manos de un hombre a las mías para darme placer