Ante un cuadro extraordinariamente bello de Cézanne me vino a la cabeza la idea de lo erróneo que es hablar de “empatía”, incluso desde el punto de vista lingüístico. Me pareció que, por mucho que se abarque una pintura, no por ello se penetra en su espacio; sucede más bien que ese espacio se expande hacia diferentes lugares, hacia puntos concretos. Esa pintura se nos abre desde ciertos ángulos y rincones donde creemos reconocer importantes experiencias del pasado; en esos puntos hay algo inexplicablemente conocido. Este cuadro se hallaba en la pared central de la primera sala de las dos dedicadas a Cézanne, justo enfrente de la ventana, a plena luz.