Georges Simenon escribió «El hombre de Londres» en 1933, un año decisivo en su vida, pues, además de firmar un importante contrato literario con la prestigiosa editorial Gallimard, decidió conquistar una reputación de «escritor serio» —con títulos como «El efecto de la luna» o «La prometida del señor Hire»—, y abandonar definitivamente las novelitas populares que tanto éxito le habían reportado hasta entonces. Una noche de invierno, en el puerto francés de Dieppe, desde lo alto de su solitaria atalaya de guardagujas ferroviario, Louis Maloin observa sin ser visto el acostumbrado trajín nocturno que provoca la llegada de un barco. Hace mucho frío pero, excepcionalmente, no hay niebla. Aburrido, Maloin observa a los viajeros cuando, de súbito, contempla una escena que le trastoca: un hombre cae empujado al agua abrazado a una maleta mientras su asesino huye amparado por la oscuridad de la dársena. Poco después, tras pensárselo mucho, Maloin baja de su cabina, se sumerge en las aguas del muelle y recupera la maleta. La curiosidad le vence y… el contenido de la maleta le deja sin aliento. Para colmo, al cabo de unos días, el guardagujas descubre en la ciudad la presencia del asesino…