Porque odiarlo como lo odiaba, no la volvía inmune contra él, sino que tenía que aceptar la humillante verdad de que no se atrevía a volverlo a ver; que la ira y la tristeza que le causaban su traición tal vez no fueran una protección suficiente; que si le sonreía, se acercaba a ella o la tocaba, no estaba segura de darle la espalda.