El autor insiste en que los dominios de la ficción están delimitados por los de lo sagrado (el mito) y de la historia real —además de los que separan a la propia ficción de sus receptores— y en cómo este, a pesar de su relativo aislamiento, influye muy intensamente en los destinatarios a través, especialmente, de los géneros didácticos —como la parábola, la máxima, la fábula, la profecía— o muy ideologizados como la novela de tesis. En estos casos la ficción rebasa sus propios límites tratando de alcanzar e influir sobre el mundo real. El fenómeno del mito ilustra muy bien lo vaporoso de las fronteras que separan la realidad de la ficción y de cómo el mismo texto pasa muy fácilmente de un ámbito a otro. Dice el autor (1997: 174-175) al respecto:
En efecto, a los ojos de sus usuarios, un mito es el paradigma mismo de la verdad. Zeus, Hércules, Palas Atenea, Afrodita, Agamenón, Paris, Elena, Ifigenia, Edipo no eran ficticios en ningún sentido del término… Para describir la ontología de las sociedades que utilizan los mitos, se necesitan al menos dos niveles ontológicos: la realidad profana, caracterizada por la pobreza y precariedad ontológicas, y un nivel mítico, ontológicamente autosuficiente, que se desarrolla en un espacio privilegiado y en un tiempo cíclico. Dioses y héroes habitaban en el espacio sagrado, pero ese espacio no se miraba como ficticio. Si acaso, era ontológicamente superior, dotado de más verdad… Sin menoscabo de las cuestiones referentes a la verdad, quiero proponer que la estructura ontológica en dos niveles es un rasgo esencial de la cultura humana, que nos da las claves tanto de los mitos como de las ficciones, y ese tránsito entre los dos niveles ha sido y sigue siendo la regla que rige las relaciones entre ellos.
Mitificación y ficcionalización son los nombres que recibe el tránsito de lo ficcional a la creencia real o viceversa. V. Propp (1928) ha señalado muy certeramente cómo los cuentos que integran su famoso corpus de relatos maravillosos rusos proceden