Para acceder a la cumbre de este pilar era necesario superar controles rigurosos, y así cualquier visitante era sometido al interrogatorio de guardias, ordenanzas y sucesivas secretarias. La grandeza del lugar exigía, sin duda, una seguridad igualmente grande. Víctor pensaba, con ironía y fastidio, en este precepto incuestionable mientras se dejaba conducir sumisamente por los largos corredores. Había algo, en aquella ceremonia repetida, que no le disgustaba: gracias a ella se sentía un visitante. Era un colaborador asiduo del periódico pero