Cuando alguien se va, se pierde entre las sombras, decía Madre. No volvemos a verlos porque somos el pueblo del camino angosto, el que espera el fin de los tiempos trabajando la tierra y pronunciando el nombre del Señor. Aquí vencimos a la naturaleza a punta de tractores y oración y amansamos el monte hasta convertirlo en orden. Más allá del perímetro está la selva con sus sombras, y más lejos aún se encuentra la ciudad con sus espejismos. Cuando alguno de nosotros tiene el deseo de ver lo que hay fuera de la colonia, el collar de la obediencia nos recuerda cuál es nuestro lugar: a cuarenta metros del perímetro los choques eléctricos no son más que cosquillas, pero al acercarnos al campo magnético las descargas se van haciendo más intensas, más urgentes, hasta que volvemos a elegir el camino del Señor