En general, las rocas no viven del mismo modo o al mismo ritmo que nosotros. Sin embargo, uno puede encontrar una roca, sea un gran peñasco o una pequeña ágata en el lecho de un río y, observándola detenidamente, tocándola y sosteniéndola, prestando atención a sus sonidos o dedicándole unas breves palabras o cánticos, una pequeña ceremonia, o permaneciendo inmóvil y callado con ella, uno puede penetrar en cierta medida en el alma de esa roca y la roca puede penetrar en la de uno, si está dispuesta a ello.