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Mariana Sández

La vida en miniatura

  • Cristian David Hernandez Chaveshas quoted5 months ago
    «También armé pequeños teatros,

    cajitas con recuerdos y adivinanzas

    para pequeños príncipes porque

    la poesía es la continuación de la infancia

    por otros medios, y la miniatura,

    un objeto transportable,

    ideal para los seres nómades.»

    MARÍA NEGRONI, El corazón del daño
  • MJhas quoted6 months ago
    Después de una fatal noche de insomnio, las arrugas parecían el resultado de haber dormido con la cara aplastada contra un colador de pastas
  • MJhas quoted6 months ago
    Hay algo tremendamente narrativo en esa mujer tan pequeña que cabe en un achinamiento de ojos.
  • MJhas quoted3 hours ago
    Hubo que llevárselo a la rastra. Entre las tres lo forzamos a subir al vagón; la tía colaboró no porque estuviera de acuerdo, sino porque la movía el apremio por irse y el terror a perder el vuelo, y porque detesta hacer escándalos delante de otra gente, incluida yo mism
  • MJhas quoted3 hours ago
    Si el campo semántico obsesivo de Sofía ronda el tema de la salud y la puntualidad, el de Robert suele estar minado de referencias a cuestiones económica
  • MJhas quoted4 hours ago
    di cuenta de que evitaba salir del cuarto y encontrarse con sus padres porque nunca fue buena disimulando, ni siquiera ahora, con ella al borde de la tercera edad y ellos en el precipicio hacia el otro mundo
  • MJhas quoted4 hours ago
    Jamás pensó que llegaría a tomar una decisión tan insensata. Ni sabe, aunque intuye, que elegirá su final.
  • Haroldo Piñahas quoted4 months ago
    la poesía es la continuación de la infancia
  • Haroldo Piñahas quoted4 months ago
    Una tarde, al salir de la clase, se había desatado una tormenta apoteósica: el cielo estaba negro hierro, los truenos cortaban como un pan las nubes, el viento hacía volar ramas pesadas o carteles de la calle y llovía a cántaros. Muchos nos amontonamos en la puerta del instituto a esperar el mejor momento para salir, pero igual nos mojábamos porque la lluvia caía oblicua y nos salpicaba. Ricardo se ofreció a llevarme en su auto y, después de dudarlo, acepté. Salió a buscar el auto con un paraguas y volvió a recogerme por la puerta. Como algunas calles ya estaban inundadas, tuvimos que desviarnos y detenernos debajo de un árbol generoso a reparo del agua que impedía ver hacia afuera y de la piedra que repiqueteaba con violencia. Para que no se dañe la pintura, me explicó como disculpándose porque íbamos a demorarnos. No hay problema, dije, si bien a esa altura no se me ocurría otra cosa para charlar —habíamos comparado a la profesora con las que cada uno había tenido el año anterior, mencionamos el beneficio de pagar la cuota anual completa a principio de año, comentamos muy por encima a qué nos dedicábamos—, ni sabía qué hacer con las manos aparte de abrir y cerrar mecánicamente el botón con imán de la cartera o ponerme y sacarme mil veces seguidas los anillos. Encendió la radio para ver qué decía el pronóstico aunque más fue, me pareció, para que otras voces llenaran el espacio. Llegó un punto en que nos quedamos sin tema y estuvimos bastante rato sin decir nada, escuchando el runrún de la radio y el borboteo de la lluvia; en medio intercalábamos alguna frase tonta, mientras esperábamos debajo de ese árbol que se abría como una sombrilla lacia sobre el capó, arrullados por el monólogo del limpiaparabrisas y el aire de la calefacción que adormecía.
  • Haroldo Piñahas quoted4 months ago
    Con Ricardo nos conocimos en un curso de francés, primer nivel del grado intermedio, en la Alianza Francesa de Belgrano. Esa sucursal queda cerca de mi casa y, teóricamente, según me dio a entender al principio, también de la suya. Ricardo es contador, tiene su propia firma o estudio, algo así. Como a causa de su trabajo faltaba algunas veces a clase, empezó a pedirme los apuntes, los fotocopiaba y me los devolvía. Sentí curiosidad, aunque nunca le pregunté, acerca de por qué me eligió a mí y no a cualquier otra compañera o compañero, de los quince que seríamos, para pedirlos. Es cierto que ni él ni yo hablábamos mucho con las demás personas del curso, a lo sumo un intercambio escaso, salvo que la profesora nos indicara trabajar en parejas o en grupo. Desde que se acercó por mis apuntes, los días que lograba llegar en hora se sentaba cerca de mí para asegurarse de que nos tocara juntos en los ejercicios de a pares. No me convenía: le cuesta mucho el idioma a Ricardo, mientras que yo tengo facilidad y prefería poder acoplarme a alguien que estuviera más a mi nivel. Al principio me hacía la distraída para tratar de esquivarlo, buscaba con la vista justo hacia el otro lado para ver quién estaba libre, pero al ser números impares, él siempre quedaba solo y me daba lástima dejarlo de lado. Terminaba ofreciéndole que se sumara a nuestro equipo aunque no aportara nada o entorpeciera, ya que había que explicárselo todo despacio, corregirlo, mostrarle. Terminó pasando que, cuando la profesora lo ordenaba, me dirigía a él o él se traía directamente la silla adonde yo estuviera sin preguntar.
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